En un contexto de creciente escasez de agua a nivel global, se han desarrollado distintas metodologías para evaluar cómo las actividades humanas consumen y contaminan el recurso hídrico. Dos de las más relevantes –y también debatidas– son la Evaluación de la Huella Hídrica (WFA, por su sigla en inglés) y la Evaluación del Ciclo de Vida (LCA). Aunque comparten el objetivo de promover un uso más sostenible del agua, provienen de comunidades científicas distintas y han sido aplicadas con enfoques diferentes (Gerbens-Leenes, Berger & Allan, 2021).
Desde principios de los 2000, la comunidad WFA se centró en calcular el volumen de agua usado y contaminado por productos, empresas o países, diferenciando entre agua verde (lluvia), azul (subterránea o superficial) y gris (volumen necesario para diluir contaminantes).
En cambio, la comunidad LCA abordó el uso del agua como un impacto ambiental más dentro del ciclo de vida de un producto, junto a las emisiones de gases de efecto invernadero, el uso del suelo, entre otros (Berger et al., 2025).
Durante años, esta diferencia metodológica generó fricciones. Mientras que algunos en LCA consideraban que los indicadores volumétricos podían ser engañosos (“1 m³ de agua en un desierto no equivale a 1 m³ en un humedal”; Ridoutt & Huang, 2012), desde WFA se criticaba que los factores de impacto no capturaban adecuadamente la eficiencia o la equidad en el uso del agua (Hoekstra, 2016).
Frente a ello, ha emergido una nueva postura: aprovechar las fortalezas complementarias de ambos enfoques para ofrecer respuestas más completas a los desafíos hídricos globales (Gerbens-Leenes et al., 2021).
La WFA pone el foco en el volumen y eficiencia del uso del agua. Evalúa cuánta agua se usa (verde o azul) y cuánta se contamina (gris). Este enfoque es útil para identificar prácticas agrícolas insostenibles o para comparar el uso de agua en distintas regiones (Hoekstra et al., 2011).
La LCA, en cambio, estima los impactos de ese uso sobre la salud humana, los ecosistemas y los recursos naturales, considerando además el contexto geográfico y temporal (Pfister, Koehler & Hellweg, 2009). Esto la hace ideal para productos con cadenas de suministro complejas.
Fuente: Elaboración propia con base en Berger et al. (2025) y Gerbens-Leenes et al. (2021).
Ambos enfoques presentan fortalezas y limitaciones: la WFA es más simple de comunicar y se centra en la eficiencia y justicia hídrica, pero no integra todos los impactos ambientales; mientras que la LCA es rigurosa y multidimensional, aunque compleja para no especialistas y con menor énfasis en dimensiones éticas o sociales.
Un estudio reciente (Berger et al., 2025) analizó la huella hídrica de un sofá. Aunque el material principal era aluminio, el algodón del tapizado —apenas un 3% del peso total— generó el 71% del impacto hídrico ajustado por escasez.
¿Por qué? Porque ese algodón se cultiva en regiones con alto estrés hídrico, como China o Pakistán.
Desde la WFA, se determinó que el 99% de ese algodón se produce en condiciones insostenibles. Desde la LCA, se evaluaron además los impactos en biodiversidad, salud humana y disponibilidad futura del agua.
Un análisis ambiental con enfoque en agua aplicado a una camiseta de algodón muestra cómo las metodologías se complementan.
La WFA calcula el volumen total de agua dulce involucrada, diferenciando agua verde (lluvia), azul (riego) y gris (para diluir contaminantes).
La LCA ajusta por contexto local usando modelos como AWARE, que asignan un factor de escasez al uso de agua según la cuenca.
Aunque dos camisetas consuman volúmenes similares de agua, producir en Pakistán puede generar impactos 93 veces mayores que en Brasil debido al nivel de escasez hídrica local.
La WFA y la LCA, lejos de ser enfoques en competencia, deben integrarse para lograr una visión más completa. Enfrentar la crisis global del agua requiere herramientas robustas y complementarias que permitan diseñar políticas públicas, estrategias empresariales y hábitos de consumo más sostenibles.
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