La gestión del riesgo ha sido una constante en el desarrollo humano, y a lo largo de los siglos ha impulsado a las distintas culturas a organizarse, construir conocimiento y desarrollar tecnologías que permitan disponer de espacios seguros que les permitan prosperar.
Siempre me ha llamado la atención la capacidad de los pueblos andinos para prosperar en los valles montañosos a través de prácticas milenarias como amunas, cochas, acequias de careo y otras técnicas que escapan a mi dominio. Es el resultado del trabajo coordinado de muchas personas, de la transmisión de conocimiento de generación en generación y sobre todo, de la comunión de voluntades.
Conocimiento situado: el valor del saber ancestral
Detrás de estas prácticas existe un conocimiento situado, propio de cada territorio y cultura, sobre el funcionamiento de valles y quebradas, acuíferos de valle, de ladera y también de roca fracturada. Eso que nos ha tomado siglos reconstituir como conocimiento formal, y que en muchos casos no nos es posible superar el conocimiento ancestral, en primera persona y la experiencia que dan los siglos en el territorio.
¡Es que nuestra nueva forma de aprender es muy joven todavía!
Pero vivimos tiempos diferentes, tiempos de cambio climático que traen consigo el retroceso de los glaciares andinos y la superposición de períodos de sequía con el aumento de la probabilidad de tormentas, que muchas veces resultan en huaicos que bajan avasalladoramente abriéndose paso entre asentamientos precarios.
¿Seremos capaces de aprender y adaptarnos a la velocidad que los nuevos tiempos requieren?
El caso de Australia: la sequía del milenio
En el otro lado del mundo, pero en el mismo hemisferio, Australia enfrentó una sequía de proporciones entre los años 1997 a 2009, que denominaron como la “sequía del milenio”. Melbourne, con más de 3 millones de habitantes, estuvo a semanas de quedarse sin agua.
Como respuesta se alcanzó un amplio acuerdo político, plasmado en la Iniciativa Nacional del Agua de 2004. Esta impulsó distintos cambios en la forma en que se gestionaba la cuenca del río Murray (casi del tamaño del Perú), con la creación de la autoridad de cuenca del Murray Darling. Se llevaron a cabo sendas campañas de concientización en la ciudadanía, logrando reducir el consumo de agua hasta 130 litros por persona al día, y se desarrollaron redes de acueductos que interconectaron distintas ciudades y fuentes de agua, con el propósito de aumentar la seguridad hídrica de manera sistémica.
Pero uno de los puntos que más me llamó la atención fue la estrategia de eficiencia en la distribución de agua para riego.
El análisis es simple, pero su implementación es compleja. La ciudad de Melbourne tiene un consumo de agua de aproximadamente 450 millones de m3 al año (o hm3/año), mientras que el distrito de riego de Goulburn Murray, que cuenta con una superficie bajo riego de casi 350 mil hectáreas, contaba con una eficiencia de conducción de agua del 70%, resultando en pérdidas de agua por 900 hm3/año.
Si se lograba aumentar la eficiencia de distribución desde el 70% hasta el 85%, el ahorro de agua sería equivalente al consumo de agua de la ciudad de Melbourne, o la misma capacidad de producción de 15 plantas desaladoras de 1.000 litros por segundo.
¿Cómo lo lograron?
Trabajando de manera coordinada entre el Estado, la Universidad y la empresa privada, lograron aumentar la eficiencia de distribución no solo hasta el 85%, sino que al 90% e incluso por sobre el 95% en algunos sectores. Para esto diseñaron nuevos tipos de compuertas de regulación de flujo de agua en canales, entregas prediales, pero sobre todo un sistema centralizado de distribución de agua que se retroalimenta de la información entregada en tiempo real por una red de puntos de control. Esto les permitió pasar desde un sistema de distribución de agua basado en la oferta (que es lo que prima en Latinoamérica), a uno basado en la demanda.
Dos realidades, una estrategia común
Pero lo más relevante es que antes del cambio, construyeron nuevo conocimiento: acuerdos, colaboración y luego el respaldo dado por la asignación de la inversión requerida.
Más de alguno estará pensando que la realidad de Australia es muy distinta a la de Latinoamérica. Y tienen razón, somos completamente diferentes por razones geográficas, climáticas, culturales y económicas.
Pero, una vez que se miran ambos contextos en detalle se puede apreciar que la estrategia es similar, basada en la construcción de conocimiento, la conciliación de la experiencia práctica con nuevas técnicas asociadas a un mundo en el que la información es clave, pero sobre todo, la posibilidad de alcanzar acuerdos sustantivos para la sociedad.
De cara al siglo XXI, Latinoamérica se abre al mundo como una reserva de conocimiento situado, propio de nuestra historia, pero también como un productor de alimentos clave para la seguridad alimentaria local y global.
En este escenario, un desafío en tiempos de cambio climático, el rescate de conocimientos ancestrales y la generación de nuevo conocimiento local es la clave para adaptarnos y prosperar, como lo ha sido durante toda la vida.
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